SIENTO, LUEGO EXISTO

Por Alberto Blanco. 06/01/2020

Ya hablamos en el post anterior sobre el papel que representa el principio femenino, como principio universal, dentro de la Biodinámica Craneosacral, y de que sentir se encontraba a este lado de la moneda, mientras que en el otro lado, el masculino, se encontraba pensar. En este nuevo post quiero desarrollar un poco más cómo hemos llegado a desequilibrar la balanza en pos de lo mental, y por qué deberíamos podríamos intentar invertir la situación para volver a ser seres cada vez más sintientes. Sí, he dicho volver.

Voy a empezar con una afirmación categórica: Una célula siente. Si echas vinagre a una célula en una Placa de Petri, la célula se revuelve. Cualquier tipo de célula, da igual la función que cumpla en nuestro organismo: sanguínea, muscular, conectiva, ósea, nerviosa, adiposa… cualquiera de ellas y de todos los demás tipos sobrevive relacionándose con su entorno porque siente. Tiene receptores que le permiten sentir (o lo que es lo mismo, saber) hacia dónde tiene que ir, cuándo algo debe entrar dentro de la membrana celular para alimentarse de ello, cuándo debe unirse a  (o alejarse de) otra célula,  cuándo se tienen que adaptar a la cantidad de oxígeno disponible, e innumerables posibilidades más.

Nosotros, alguna vez, fuimos una sola célula (e incluso teníamos nombre: cigoto). Desde entonces no hemos parado de desarrollarnos, pasando por embrión, feto, bebé… hasta lo que somos ahora mismo, y durante mucho tiempo lo hemos hecho sin poder pensar sobre ello, sobre qué queríamos comer, cuánto abrigo debíamos llevar o en qué momento deberíamos empezar a correr, y es que el primer nivel de desarrollo de la experiencia humana no es otro que ese del que estamos hablando, la sensación.

Cuándo estábamos dentro de la tripa de nuestras madres ya sentíamos.  Teníamos piel y sentido del tacto, podíamos sentir frío o calor, saborear el líquido amiótico, escuchar música, acomodarnos a las caricias de la tripa desde el exterior, e incluso sentir el dolor, el estrés o el miedo de mamá. Todo eso son sensaciones.

Al nacer seguimos sintiendo todas estas sensaciones, incluido el hambre y el dolor propio, pero durante los primeros meses desarrollamos un peldaño más alto en esta escala evolutiva con el que poder relacionarnos con el mundo: las emociones. Por fin podemos sentir alegría, cariño, amor, tristeza, miedo, ira o rechazo.

El último escalón llega más tarde, y no es otro que el intelecto. Entonces podemos tomar conciencia de nuestra identidad personal como ser independiente y diferenciado. Ahora podemos relacionarnos con todo y con todos desde este nivel cumbre reservado solo para la especie humana.

A partir de aquí, nos desarrollamos como seres mentales y pensantes, y ocupamos todo nuestro tiempo y nuestros recursos en intentar crecer intelectualmente cada vez más, a costa de ir poco a poco abandonando, e incluso rechazando, los dos peldaños anteriores. Para qué sirve sentir si creemos que somos eso: «Pienso, luego existo».

Pensémoslo entonces: ¿Qué nos diferencia del resto de animales que comparten la tierra con nosotros? Que nosotros pensamos. Bien. ¿Y cómo es posible que tantas especies de animales (insectos, peces, reptiles, mamíferos, y un largo etcétera) sean capaces de sobrevivir sin pensar? La respuesta es llamativa: Porque son inteligentes. Sienten sensaciones, sienten emociones, y en base a ellas se relacionan, se alimentan, se reproducen, sin ningún tipo de error. La naturaleza es inteligente. La vida es inteligente. Incluso sin neocórtex.

Nuestro cuerpo está formado por aproximadamente 30 billones de células (30.000.000.000.000, no son pocas) y todas y cada una de ellas siente, pero cuántas veces damos espacio a esa sensación, la escuchamos y dejamos que nos guíe en lugar de desecharla (si es que llegamos a sentirla) para «pensar lo qué es mejor». Cuántas veces habré escuchado a alguien en la camilla decir “no siento nada”, y aunque quiero creer que a veces lo consigo, por supuesto también yo mismo, aún después de años de trabajo a este nivel.  Así de conectados estamos con nuestro cuerpo.

En nuestra escalada hacia el intelecto hemos dado la espalda a esa inteligencia que gobierna la vida y que está presente en todos los seres. Volver a bajar peldaños, permitirnos simplemente sentir todas las emociones, tanto las agradables como las desagradables (ya que no hay buenas ni malas), sin necesidad de etiquetarlas, interpretarlas o tener que hacer algo con ellas, y poder descubrir así la riqueza de las sensaciones que se ocultan en su interior y que contienen un océano de información deseando ser revelada, nos devuelve a nuestro origen, a nuestra inteligencia, y quizá así podamos volver a coger el rumbo de nuestra propia naturaleza, esa donde la vida sabe vivirse a sí misma sin necesidad de ser pensada.

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1 comentario
  1. Ana
    Ana Dice:

    Amigo, me encanta! Yo creo que siempre nos han hecho pensar que estamos en lo alto de la escala evolutiva porque tenemos
    Intelecto y pe samos en éste como si estuviese situafo en lo altod e una pirámide en relación a las otras cualidades que tenemos comunes a los demás seres vivos: sensación y emoción. Y quizás sea momento de cambiar esa pirámide y poner todas esas habilidades al mismo nivel: no es más importante una que la otra y quizás estamos en lo alto de la escala evolutiva porque he os desarrollado una habilidad más pero que no tienen ningún valor si lo hacemos en detrimento de otras como la capacidad de emocionarse o de sentir. Ya lo has dicho, somos una célula y al igual que ella funcionamos por la percepción que tenemos del entorno. Si perdemos esa capacidad de sentir, perderemos esa capacidad de percibir el medio y no nos llevará a nada más que la autodestrucción

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