GENÉTICA VS ESPIGENÉTICA

Por Alberto Blanco. 28/07/2020

¿Cuántas veces hemos oído (¡o dicho!) “esto que me pasa es genético”? Bueno, pues es hora de desmontar esa frase, o por lo menos un poco, hablando de la epigenética.

Es extendido el pensamiento de que el hecho de desarrollar una enfermedad o patología a lo largo de nuestra vida depende de nuestra genética, porque estamos predispuestos a ello. Y esto es cierto, pero solo en parte. En una parte que ronda entre el 20% y el 50% aproximadamente, pero hasta el 80%, depende de nuestra epigenética. Los genes condicionan, pero no determinan. 

En el 1953 Watson y Crick proponen la estructura de la doble hélice para la molécula de ADN en la prestigiosa revista Nature y, desde entonces, la medicina se vuelve cada vez más genetista  hasta que, en el año 2000, se consiguió la secuenciación completa del genoma humano. A partir de este descubrimiento se creyó que esto aclararía todas las dudas que envuelven a la salud de nuestra especie, cosa que finalmente no ocurrió, ya que estas respuestas no se encuentran exclusivamente en nuestro código genético.

Desde entonces la ciencia comenzó a mirar también hacia la epigenética (aunque este término fue acuñado por Weddington mucho antes, en 1939), y es algo que está en constante evolución. La búsqueda de la palabra epigenética en el Pubmed antes del año 2.000 arrojaba un resultado de menos de 200 citas, mientras que hoy en día aparecen más de 30.000.

Enero de 2010:

“POR QUÉ EL ADN NO ES NUESTRO DESTINO.

La nueva ciencia de la epigenética revela como las elecciones que tomas pueden cambiar tus genes (y los de tus hijos)”

La epigenética (epi = “por encima de”) se define como “las modificaciones en la expresión de genes que no obedecen a una alteración de la secuencia del ADN y que son heredables”. Quiere decir que las células del cuerpo humano responden a los distintos estímulos ambientales, causando modificaciones en la expresión y función del gen. Los estudios han demostrado que los cambios en la expresión de los genes  pueden ocurrir en respuesta a experimentos que no implican exposición a químicos. Es decir, podemos cambiar la expresión de un gen sin un cambio en la secuencia del ADN. Por un lado están nuestros genes, por otro, cómo se expresan. Y esto depende de su relación con su entorno. Mejor dicho, depende de cómo es nuestro entorno, y de cómo nos relacionamos con él a través de nuestros hábitos. La genética carga la pistola, la epigenética la dispara… o no.

Imagina que tienes una predisposición genética a padecer una una enfermedad, llamemosla X, a los 60 años, porque así le ha ocurrido a tu padre, tíos, abuelos… En función de tus hábitos, si lo haces muy muy mal, puede que empiece a dar la cara a los 35, pero si lo hacer muy muy bien… puede que no le de ni tiempo a expresarse.

En este estudio del 2002 se publicaron dos gráficas en las que aparece la evolución de la incidencia de las enfermedades infecciosas y de las enfermedades autoinmunes desde el 1950 hasta el 2000, y la evolución es extremadamente clara y opuesta:

Mientras que las enfermedades infecciosas descendían por los avances en la higiene y la medicina

Las enfermedades autoinmunes aumentaban.

¿Qué cambió a lo largo a lo largo de esos 50 años para que crecieran de esa manera nuestras enfermedades autoinmunes? Nuestro código genético absolutamente no. “Sólo” nuestra alimentación, calidad del aire, relaciones sociales, actividad física, estrés… y con ellos, la expresión de esos genes: la epigenética.

Cómo es nuestro entorno y cómo nos relacionamos con él a través de nuestros hábitos generará cambios moleculares entorno a nuestro ADN que hará que nuestros genes se expresen cumpliendo una función u otra, o que algunos genes se puedan expresar  y otros no. Algunos de ellos expresarán salud o se silenciarán, otros expresarán enfermedad o se silenciarán.

Estos cambios epigenéticos se deben a tres mecanismos en los que no me enrollaré mucho para no complicarnos, pero que son a través de los cuales se estudian los cambios en la expresión de los genes: Metilación del ADN, modificaciones postraduccionales de las histonas y regulación mediada por MicroARNs.

Epigenética y gemelos monocigóticos

Una forma muy clara de ver el impacto de la epigenética sobre la genética es el estudio de los gemelos monocigóticos, quienes comparten el 100% del material genético y por ende deberían padecer las mismas enfermedades, pero que en realidad pueden desarrollar patologías completamente distintas (o uno varias y el otro ninguna) en función de su entorno y de sus hábitos.

En este estudio de 2012 sobre  gemelos monocigóticos y diferencias epigenéticas, se concluye que “la mayoría de los rasgos complejos, incluidas las enfermedades y los fenotipos del envejecimiento, son causados ​​por la interacción entre el genoma y el medio ambiente a través de la interfaz de la epigenética.

En este otro estudio de 2017  se observa que las tasas de discordancia en gemelos monocigóticos varían entre el 11 y el 77%, en función de la patología.

¿Qué de nuestro entorno o hábitos influye negativamente en la epigenética?

Entendemos que algunos hábitos, aunque cueste mucho cambiarlos, son perjudiciales para la salud, como comer comida basura, fumar, vivir en una ciudad contaminada, el estrés o el sedentarismo. Muchos de los mecanismos fisiopatológicos de cómo esto afecta a nuestro organismo ya están muy estudiados, y cada vez hay más estudios que incluyen qué cambios en la expresión de qué genes en concreto son los que ocurren. Estos son sólo unos pocos ejemplos:

Alimentación. El sistema digestivo es el sistema que mejor representa la relación entorno – epigenética. No hemos desarrollado ninguna adaptación que nos permita alimentarnos con productos industriales, como las galletas, los snacks, refrescos, precocinados, etc. Estos alimentos ultraprocesados generan un estado de Inflamación Crónica de Bajo Grado, lo cual inicia una señal para que los genes de inflamación y de ciertas patologías para las que estemos predispuestos se expresen, mientras que los genes de tranquilidad inmunológica y los genes supresores de tumores se apaguen.

Por ejemplo, en esta revisión se observó que el alcohol y sus metabolitos modifican los genes en el hígado y otros órganos. Este mecanismo altera la expresión de genes inhibidores de la fibrinólisis e involucrado en otras patologías como el síndrome metabólico y ciertos tumores.

Por el contrario, compuestos tales como el resveratrol (presente en frutos secos, frutas rojas, chocolate negro), la curcumina (especias), catequizas (té), genisteína (soja), etc., inhiben la proliferación de distintas células tumorales regulando la expresión de genes a través de modificaciones epigenéticas

La polución y el tabaquismo encienden genes de inflamación y reduce genes que tienen que ver con la tolerancia al estrés. En este estudio de 2019 se concluye que la exposición ambiental a corto plazo a los contaminantes del aire pueden estar asociados con respuestas inmunes inflamatorias y que estos cambios epigenéticos pueden observarse  utilizando datos de metilación del ADN.

Estrés emocional. En esta revisión se explica cómo la exposición prenatal a un estado de ánimo deprimido y ansioso en la madre confiere mayor riesgo para los trastornos del comportamiento en la infancia y en la vida adulta. Así mismo se ha demostrado que en casos de estrés crónico por derrota social ocurre una acetilación de histonas en las personas con depresión.

¿Y cuales son los hábitos que nos provocan cambios positivos en nuestra epigenética?

Los estímulos del entorno y nuestras decisiones harán que  nuestro código genético se abra o se cierre, dejando la posibilidad de que la predisposición se dispare en enfermedad o no.

Al igual que los malos hábitos hacen que se expresen los genes relacionados con la enfermedad y se silencien los que tienen que ver con el mantenimiento de la salud, los hábitos saludables precisamente lo son por hacer justo lo contrario. Por supuesto, esto es lo que nos interesa, que se «envuelvan» los genes que tienen que ver con la patología, y que se «abran» los genes supresores de tumores, los genes controladores del ciclo celular, los que tienen que ver con la regeneración, con las hormonas del bienestar, etc.

Aunque el estudio de la epigenética es una disciplina científica que aun está en su tierna infancia, ya existen multitud de estudios en los que se muestran los cambios epigenéticos favorables derivados de la actividad física, donde se concluye que el ejercicio moderado regular reduce la inflamación crónica, o del yoga, como en esta tesis de medicina, donde se revisan distintos estudios en los que se concluyen relaciones entre la paractica del yoga y modificaciones epigenéticas beneficiosas en relación con el estrés y la fatiga, depresión, marcadores de inflamación en mujeres recuperadas de cáncer de mama, entre otros.

En este otro estudio sobre meditación y epigenética se encontró una trayectoria diferente en la aceleración epigenética intrínseca del envejecimiento entre el grupo control (no meditaban) y meditadores, lo que sugiere que la integración de la práctica de meditación en la rutina diaria tiene un efecto protector en términos de envejecimiento epigenético. El estrés acumulativo de por vida es uno de los factores descritos para acelerar el envejecimiento epigenético (), y la reducción del estrés psicológico como resultado de la práctica habitual  de meditación puede contribuir a la estabilidad de su envegecimiento epigenético.

A través del contacto físico amable y cariñoso, bien sea en una terapia o con un ser querido, activamos la expresión del gen que tiene que ver con la serotonina, nuestra hormona del bienestar.

Como conclusión, más allá de los estudios que señalan las vías por las que se producen los cambios, es importante quedarnos con que la genética condiciona, pero no condena, y que es más relevante qué hacemos nosotros para que nuestros genes expresen salud o enfermedad.

Y entre todas estas cosas de las que ya hemos hablado como la alimentación, el deporte, el yoga, o la conexión social o con la naturaleza, sobresale una que para mí es más importante que cualquiera: Vivir en calma, en quietud, en paz… O por lo menos, intentarlo y cultivarlo poco a poco. Lo que para mí es «la biodinámica como forma de vida», como termino explicando en este post:

«En resumen, para mí, la biodinámica craneosacral es una terapia que sirve para ayudar al cuerpo a recuperar recursos para poder sanar, pero también es una forma muy potente y profunda de descubrir quién eres, a partir de descubrir quien no eres. De ir quitando poco a poco las capas que nos alejan de nuestra esencia y de nuestra salud. Haces las paces con tu historia de vida y contigo, y como decía Mike Boxhall, la salud no es otra cosa que encontrar ese lugar escondido dentro de cada uno donde no existe la patología, llamado Paz

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